martes, 28 de julio de 2009

Recomendados de vacaciones

Cala Montgó - fuente: Internet

Me voy de vacaciones. Suspendo por unos días subir escritos a este blog. No me voy sin recomendar lecturas, que a mi me han parecido óptimas para quien ame la literatura y también quiera ser escritor.

Todos los periódicos recomiendan libros para las vacaciones. La mayoría son novedades y "best sellers". Yo aquí rompo con esto y dejo mi lista personal.

Quien esté acostumbrado a la lectura fácil (Los Pilares de la Tierra), quizá se quede desconcertado, pero estoy convencido que no le defraudaré. Los pilares de la tierra, que por cierto está muy bien escrito, es el clásico libro que se lee quien nunca lee y que luego te persigue recomendándotelo. Por supuesto aquí no está "El código da Vinci". Cuando quiera "leer" un telefilme me lo "leo" en el aparato de televisión. Tomaduras de pelo con oraciones simples, sin ningún juego estilístico, sin figuras, no, por favor.

En este momento, sea en el autobús o en el tren me encuntro a todos con libros del finado Larsson. ¿Qué quieren que les diga? Es como leer el periódico pero con intriga y acción. Nada literario, nada de metáforas, nada de paradojas, antítesis o pleonasmos, nada que despierte en el lector la imaginación más allá de lo que está escrito.

Hace poco he leído "The big sleep" (El sueño eterno) en inglés y he podido disfrutar verdaderamente de esta magnífica obra. Su autor, Raymond Chandler, no era un profesional, era un agente de seguros que escribía a ratos. La obra está llena de imágenes y gestos que despiertan en todo momento la curiosidad del lector. Por ahí voy en mi selección.

De siempre
  • Mario Benedetti, La tregua (inolvidable)
  • Herman Hesse, Bajo las ruedas (alegato que se copió en el Club de los Poetas Muertos)
  • Juan Rulfo, Pedro Páramo (Vine a Comala... Mexico és así)
  • Vargas Llosa, Pantaleón y las Visitadoras (genial: para reír y para llorar)
  • Miguel de Cervantes, El ingenioso Hidalgo don Quijote de la mancha (imprescindible)
  • William Golding, El señor de las moscas (la bestia que llevamos dentro)
  • J.D. Salinger, El guardián entre el centeno (Muchos asesinos dicen haberla leído. Es para los que tengan hijos adolescentes...)
  • Tomasi Di Lampedusa, El Gatopardo (que todo cambie para que todo siga igual... Mejor que Maquiavelo)
  • Thomas Mann, Muerte en Venecia (un clásico de quívocos)
  • Juan Marsé, Ronda del Guinardó (si te gusta Zafón y no conoces a Marsé, no puedes perdonártelo)
  • Hans Ruesch, Iglús en la noche (mejor que los Dientes del Diablo)

Teatro
  • Federico Garcia Lorca, La casa de bernarda alba
  • Luigi Pirandello, El hombre, la bestia y la virtud

Con mensaje
  • Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada (para los que piensen que están en declive o han tocado fondo)
  • Herman Hesse, Siddharta (imprescindible)
  • W. Somerset Maugham, El filo de la navaja (mejor que Siddharta aunque la fama se la llevó Hesse)

Novela Negra (suponemos que ya has leído Agatha Christie)
  • Raymond Chandler, La dama del lago (magnífico, de lo mejor en novela negra)
  • George Simenon, El hombre que miraba pasar los trenes (otra que tal, con buena técnica)
  • Truman Capote, Ataudes de artesania (corto para aprender)
  • Patricia Highsmith, El talento de Mr. Ripley (si han visto la horrible película y no la han leído, ahora es la ocasión)
  • Graham Greene, El Tercer hombre (la película fue más famosa pero...)
  • James M. Cain, El Cartero Siempre Llama dos veces (quién no se acuerda de la famosa escena de la cocina, ¡el cine!)
  • Raymond Chandler, El sueño eterno (el libro es muy distinto de la película)

Humor
  • Tom Sharpe, Wilt (si tienes problemas de pareja...)
  • Patricia Highsmith, Pequeños cuentos misóginos (escrito por una mujer...)
  • G. K. Chesterton, El hombre que fue jueves (a pesar de los años es muy actual...)
  • Tom Sharpe, Zafarrancho en Cambridge (si te gustó Wilt, este no te defraudará)

Ciencia Ficción, Terror y Misterio
  • H.G. Wells, La Maquina del tiempo (imprescindible)
  • Isaac Asimov, Yo Robot (manual imprescindible)
  • Isaac Asimov, Crónicas (gran maestro)
  • Brian Aldiss, Los superjuguetes duran todo el verano (muy distinta a I.A. de Spielberg)
  • Philip k. Dick, Blade runner (Sueñan los androides ...? El film oscureció este libro que una delicia)
  • Edgar Allan Poe, Historias Extraordinarias (simpre a punto, simpre se vuelven a leer descubres cosas nuevas
Ya sé que me dejo 1984, Un mundo Feliz, Fahrenheit 451, Dune, Cyber Punk pero estos textos sirven para los no iniciados...

Por supuesto que hay textos "actuales" pero no necesariamente son de este mismo año. Mi criterio, como he dicho, es distinto.

Actuales
  • Amos Oz, De repente en lo profundo del bosque (Oz ganará el nobel, este es un librito que está al lado de los "zafones"...)
  • Michael Cunningham, Las Horas (buena arquitectura y buen homenaje a Virginia Wolf)
  • Juan Manuel de Prada, La Vida Invisible (he disfrutado como nunca)
  • Najat el Hachmi, L'últim patriarca (está traducida ya al castellano: El Último Patriarca)
  • Haruki Murakami, After Dark, (es autor de moda, a pesar de los zafones y los Larsson)
  • Juan José Millás, Dos mujeres de Praga (muy actual)
  • Carme Riera, La meitat de l'ànima (está traducido al castellano: La mitad del alma, para quien guste de Albert Camus...)
  • Maria Àngels Anglada, El violí d'Auschwitz (no sé si existe traducción pero es genial)

© Manel Aljama (julio 2009)

jueves, 23 de julio de 2009

El despertar del dragón

Fuente Internet (modif electrónica)

Después de seis largos años de recuperación Sun Li ya estaba dispuesto para el retorno. Tenía sólo catorce años cuando los malvados secuaces del terrateniente Tao Shu violaron a su hermana y mataron a su padre. La madre desesperada se suicidó arrojándose al río. Sun huyó atemorizado pues creyó que toda la aldea la iba a culpabilizar por lo sucedido. El perverso Shu había propagado la idea de que Li le había pedido entrar a su servicio y formar parte de su banda. En el camino Li fue asaltado por unos bandidos que, después de robarle la bolsa con los últimos dineros que le quedaban, le rompieron piernas y brazos dejándolo malherido junto a un riachuelo. Fue recogido por Wun Tu, un monje Shaolin, quien mandó llamar a unos cuantos acólitos para que construyesen una rudimentaria parihuela con la que transportarlo hasta el templo.
La sanación completa de sus huesos le tomó un año. Dedicó los otros cinco a fortalecer el cuerpo y, sobre todo el espíritu. Empezando desde lo más bajo se convirtió en el mejor discípulo. Cultivó la humildad, la solidaridad y lo más importante, las artes marciales. La comunidad le brindó la posibilidad de volver a su antigua vida para devolver la justicia y restablecer su honor. Por respuesta, Sun Li decía siempre que estaba bien así, que aunque no sabía qué sería ahora de su hermana, él prefería la vida monacal. A esa afirmación, el maestro respondía cada vez:
—Esperaré a que estés preparado. Esperaré a que seas capaz de caminar sobre el papel de arroz sin dañarlo y, entonces, sabrás que habrá llegado tu momento.
Li guardaba silencio y tenía muy presente los restos sin vida de su madre estrellada en las rocas, la cabeza decapitada de su padre o la sangre descendiendo por las piernas de su hermana después del ultraje.
El viaje de regreso duró unos meses. Quiso tomarse su tiempo. Uno de los esbirros de Shu le reconoció. Como si fuese en un entrenamiento se deshizo de él para siempre con un par de golpes. Disfrazado se dirigió hasta el castillo de Shu. Fingió pedir trabajo y le aceptaron. Una vez dentro encontró a su hermana, que estaba de concubina al servicio de Tao. Empezó a eliminar a sus enemigos. Aunque venían con una actitud agresiva, en el fondo parecían no defenderse y esperar que Li les propinase el definitivo y certero golpe que les aliviase sus penas. Uno a uno acabó con ellos hasta que sólo quedó Tao. Éste agarró a la hermana y amenazó con degollarla. En un gesto de rabia y por sorpresa, la muchacha, le arrebató el puñal y se lo clavó en el pecho. Tao Shu se arrodilló de dolor profiriendo un grito. Por último ella le arrancó los ojos con sus uñas antes de que cayese de bruces en medio de un confuso charco de sangre.
En seguida aparecieron los títulos de crédito, se encendieron las luces y el público empezó a levantarse de sus butacas. Siempre me ha gustado ver estas viejas películas de artes marciales. Es una pena que ahora no las programen ni en las filmotecas. Menos mal que los propietarios de este cine de barrio tuvieron esta genial idea.

© Manel Aljama (julio 2009)

lunes, 20 de julio de 2009

Nochevieja del 42


La trocha, que no alcanzaba la categoría de camino, conducía directamente desde el apeadero hasta las primeras casuchas del arrabal. Cipriano, con muchas dificultades, arrastraba su pata de palo. Se apoyaba en una carcomida muleta que le debieron dar en Auxilio Social, más que para ayudarle, para librarse de él. Le habían pagado un billete y lo habían facturado para otra provincia. El frío enero se anticipaba en las últimas horas de diciembre. Como pudo se acercó a buscar el calor de una taberna. Encontró algo parecido a una mísera tasca sin letrero y con las luces mortecinas, casi apagadas. Se resguardó en el tranco de la puerta, la empujó y se pudo poner a buen recaudo. Casi todas las desvencijadas sillas reposaban sobre las sucias mesas. Restos de servilletas de papel, chapas y huesos de aceituna estaban sembrados por el suelo lleno de manchas. No se sabía si los vidrios estaban empañados o sucios.
—Vamos a cerrar —dijo en voz alta Julián, el propietario, desde detrás de la barra.
—¿”Usté” tiene prisa, maestro? Vengo de muy lejos y sin pierna como ve —se arremangó el pantalón aunque no se veía nada de tan poca luz que había—, ¿no tendrá un aguardiente? Hace mucho frío y a más no me llega.
Con un gesto contrariado, el propietario de la zahúrda, que hacía las veces de bar agarró una botella pringosa que parecía de anís y sirvió una copa. Se lo pensó y se puso una también él. El lisiado se acercó hasta la barra y pudo comprobar que el hombre era tuerto y un surco de al parecer una quemadura marcaba su mejilla derecha. Julián alzó la copita:
—¡Por el año nuevo!
—¡Por el año nuevo! —respondió el recién llegado—. Usté tampoco tiene donde ir, ¿”verdá”?
—Tengo este bar. Antes tenía otro más en el centro. Cuando acabó la guerra me acusaron de dar cobijo a un miliciano. Me llevaron preso. ¿Ve usted el ojo que no tengo? ¡Me lo arrancaron en la cárcel! Al final me dejaron ir. Tuve que cerrar el bar y venirme aquí. ¡Y todo por no escaparme!
—¿Por no escaparse?
Antes de responder, Julián sirvió otra ronda. Se la bebieron de un trago y volvió a llenar las copas. Apoyó los brazos en el mostrador y se inclinó hacia adelante.
—Por una mujer, que aunque no estaba casado por la iglesia era mía... —bebió la copa—, y que luego se fugó con un requeté.
Se puso otra copa.
—Seguro que fueron ellos los que me delataron —añadió mientras Cipriano bebía y escuchaba atentamente.
Cipriano dio un sonoro eructo que llenó el ambiente de una vaharada dulzona. Julián ni se inmutó.
—Pues yo perdí mi pierna huyendo de una turbamulta del mercado. Hace un año o año y medio... que no me acuerdo muy bien —extendió el vasito y el tabernero le escanció otra dosis—, me subí al tren sin billete y en cuanto llegó el revisor me echó mientras estaba en marcha y caí debajo de las ruedas. Ya ve... ¡Sólo pude salvar una de mis piernas! No me dieron nada. Decían que tenía que estar contento de que no me denunciaron por no llevar billete. ¡Ya ve lo dura que es la puta vida!
Perdida la cuenta de las copas, habían caído en un silencio previo al sopor alcohólico cuando entró un acordeonista de esos que van lampando y piden limosna en todas partes porque de todas partes los echan.
—¡Está cerrado! —Dijo el propietario con cierta dificultad— ¡Pero si toca algo le invito!
—¡Eso está hecho maestro! —respondió—, ¡pero déjeme que me caliente y les alcance con el anís! —añadió.
El barman le extendió el vasito lleno al visitante que se bebió de un solo golpe. Se puso a tocar un tango triste y brindaron porque 1943, si iba a ser tan frío, que al menos fuese más fácil de llevar.

© Manel Aljama (julio 2009)

jueves, 16 de julio de 2009

Suenan las sirenas

Fuente Internet autor: Josep Xavier Sanchez

Bajaron en tropel. El griterío y la histeria colectiva se repetían a diario. Aún no habían asumido su cotidianeidad. De tanto en tanto faltaba alguno en la reunión. Nadie le echaba de menos, sobre todo en cuanto empezaba el frecuente y tortuoso ritual. Al poco de cesar las alarmas se oían el run-run de los aviones aproximarse.  En cuanto se escuchaban las primeras detonaciones solía irse la luz y todo quedaba a oscuras, en tenso silencio.  Alguien, más precavido encendía un fósforo con la intención de fumar. Estaba prohibido. Nadie se oponía.  Las explosiones aumentaban en potencia y en frecuencia. Dificultaban la conversación. Entonces, Josefa González, la intendente de la F.A.I., a la que todos conocían como la Coronela, comenzaba su retahíla de insultos antifascistas mascullados a modo de rosario. No soltaba su mano de una de las tuberías a la que estaba agarrada, quizá para no caer por su temblor de piernas.  En medio de la lluvia explosiva tan sólo distinguían que los Junkers alemanes hacían un ruido más fuerte, más ensordecedor que el de los Savoias italianos. Eso era motivo para que don David, el propietario de la ferretería mostrase sus conocimientos de armas.  Nadie le seguía la conversación. Ni siquiera don Tomás, el boticario. Todos sospechaban que en cuanto acabase la guerra y ganasen los que ahora estaban castigando desde arriba, el farmacéutico sería uno de los principales delatores. Más valía guardar silencio.  La guerra no iba nada bien, a pesar de lo que decían en la radio o en los camiones informativos y, mucho menos, en los diarios populares. Los bombardeos eran más frecuentes y más intensos cada vez.  Eso había dicho el pequeño Jesús, que apenas tenía catorce. Nadie le contestó. Era normal no responder a nadie en el refugio. Ninguna discusión. Ningún debate. Diálogo de sordos. Crudo monólogo. Jesús no se daba por vencido:
—Don Tomás, usted que sabe tanto, ¿Quiénes son los buenos?
Seguramente, la Coronela le habría respondido o le hubiese propinado un bofetón. Nadie lo sabe. El chico insistía:
—Don David ¿Quiénes son los buenos?
—Somos nosotros —se atrevió a responder por primera vez el viejo judío, quizá ya había asumido que todo se estaba acabando.
—Y si nosotros somos los buenos, ¿por qué nos tenemos que esconder aquí cada día?
Se hizo otra vez silencio. Pero el chico notaba que era el destino de todas las miradas, sobre todo de la escrutadora mirada de don Tomás y de la represiva vigilancia de la Coronela. Los nervios y el malestar pudieron más esta vez.
—Jesús, —dijo con voz grave don Tomás—, los buenos ganan siempre... ¡no lo dudes!
No había terminado sus palabras, que habían quedado en suspense cuando la primera ronda del bombardeo había cesado. Los motores se oían alejarse. La luz volvió. Josefa abrió la compuerta y todos los ocupantes, empapados en sudor, iniciaban la ascensión por las angostas escaleras. Las  peleas se volvían a repetir. Ahora, por salir del agujero. El chaval se había quedado el último. Para su sorpresa, La Coronela quería dejarlo encerrado allí. El muchacho forcejeaba y forcejaba pero no lograba contrarrestar la fuerza de la intendente.
Se despertó entre sudores. Desde que perdió su familia no hacía otra cosa que soñar una y otra vez con el refugio.

(c) Manel Aljama (junio 2009)

lunes, 13 de julio de 2009

Jubilación anticipada

Andrés Cascante entró en la oficina de atención al público de la Seguridad Social. Se dirigió al primer mostrador que encontró a su paso. Detrás del mismo, estaba parapetado el oficial de seguridad. Tenía un aspecto impertérrito. Andrés empezó:
—Buenos días, venía a echar...
Le interrumpió:
—Coja este número y siéntese en aquella sala de espera que hay al fondo. Esté atento a la pantalla. Cuando toque su turno, sólo se anunciará una vez.
—¿Cómo? Es que estoy un poco sordo ¿Sabe? —respondió confundido el hombre.
El empleado le repitió exactamente la misma frase, esta vez en un tono más seco y menos amable. La sala, pintada de beige y de aspecto sobrio, era enorme y en ese momento estaba despoblada de visitantes. Colgando del techo, había un monitor destinado a anunciar los correspondientes turnos de mesa, que eran adjudicados por sorteo electrónico. En la pared opuesta a las modestas sillas de la sala, había tres únicos mostradores atendidos por otras tantas funcionarias de aspecto idéntico. Se acomodó en la primera fila. Le tocó el turno en seguida:
-¡A6! Mesa 3 ¡A6! Mesa 3 —escuchó de una voz fría y metálica.
Se levantó como un autómata y con pasos mecánicos pero renqueantes se dirigió al escritorio indicado. Empezó a hablar antes de acabar de tomar asiento.
—Verá señorita, venía a echar una solicitud para cobrar la jubilación...
—¿Una quee? Me parece que se equivoca. No es aquí. Mire caballero —forzando amabilidad—, tan sólo tiene que ir a la página web http://www.mijubilacion.es, opción trámites y a partir de allí sólo tiene que seguir las instrucciones que se le indican. Una vez cumplimentado —no le daba opción a responder—, este trámite, en un período de una semana a quince días, su expediente estará activado y usted empezará a cobrar las pagas de su retiro en el banco que haya indicado en el formulario electrónico.
—Verá es que no tengo ordenador... —titubeaba un poco azorado. La empleada puso cara de estupor.
Andrés prosiguió:
—Tuve una máquina de esas —señaló al equipo de la funcionaria—, pero un día me cansé y la arrojé al contenedor.
—Sería el de residuos electrónicos obsoletos. Porque si no fuese así, le tendríamos que abrir un expediente sancionador...
—No, no señorita, a unos empleados muy amables que pasaron en un unidad de reciclaje.
—Pues el trámite es a través de web. ¿No ha estado atento a la campaña informativa que llevamos abierta desde hace más de un lustro? —volvió la oficinista.
—Es que no tengo tele —respondió con tranquilidad el candidato a jubilado.
—¿Como que no sabe usted lo de la página web? ¡Si lo dijeron por todos los medios de comunicación, empezando por la tele!
—También me desprendí yo de ese aparato. Un día empecé a ver nieve en todos los canales. Como no podía ver "la normal" entonces la arrojé al contenedor.
La empleada estaba empezando a perder los estribos y trataba de conservar la calma.
—¿También se desprendió de su televisor? ¿Supongo que sería en el correspondiente camión autorizado de reciclaje?
—Sí, sí —respondió Andrés como para no molestar y con cierto aire de querer irse de allí.
—No se preocupe. La administración siempre está atenta al ciudadano y pensamos en todo. Usted simplemente tiene que enviar un SMS desde su móvil, con la palabra "JUBILA", espacio, su DNI y letra, espacio, y el número de la seguridad social al 7777...
—Verá es que no tengo móvil —esta vez interrumpió el viejo.
—Un momento por favor.
La empleada se levantó, retrocedió y despareció detrás de una estrecha portezuela. Dentro del habitáculo estaban los monitores de control. Descolgó un interfono. Pulsó un botón y empezó la comunicación.
—¿Seguridad? Por favor, tenemos un caso difícil aquí en la mesa 3 del módulo HHAALL 9000. Sólo estamos las operadoras y el oficial de guardia... Sí, aunque no ha mostrado armamento y posee buenos modos, puede ser peligroso. No tiene móvil y es humano. Ha respondido negativo al test de pupila.

© Manel Aljama (junio 2009)

martes, 7 de julio de 2009

Le di la salida a las ocho y diez

Fuente internet (http://community.webshots.com/user/jamieleebrown/profile) manipulada electrónicamente
Al poco de colgar el interfono, la enorme locomotora del tren procedente de Antwerpen apareció al doblar la curva. Leopold Leblanc, el vigilante, había tenido el tiempo justo para acatar las órdenes de su colega Pierre Tancré. Dispuso las protocolarias señales de aminorar la marcha y de detener el convoy. Con exactitud mecánica, el tren aminoró la marcha y pasó poco a poco por las agujas, superó las señales de frenado y a la altura de la indicación de stop, reanudó su viaje sin llegar a detenerse. Leblanc se quedó entre atónito y petrificado. La sangre se había esfumado de su faz. Descolgó el auricular con su mano sudorosa y contactó con el jefe de estación de Vermeylen. A su cargo estaba Leon Vreven, un hombre ya muy veterano, de vuelta de muchas batallas, casi a punto de jubilarse pero todavía en plenas facultades. Tranquilizó a Leblanc. Le recomendó que no bebiese vino del malo. Que eso hacía malas pasadas. Leblanc insistió que era abstemio. Vreven, el de Vermeylen le respondió con una carcajada y colgó. Cambió las agujas para que los trenes que entrasen con dirección a Bruselas fuesen a parar a una vía muerta.
—Espero que sea suficiente con casi dos kilómetros —se dijo.
Al cabo de unos dos minutos escuchó el traqueteo del ferrocarril. Todo parecía normal, rutinario, como cada día a la misma hora y en el mismo lugar. También aminoró la marcha y sonó el chirriar de los frenos. Después oyó los repetitivos golpes que las ruedas provocaban en las agujas. Todo iba bien —pensó—, el tren entra en vía muerta y como mal menor los topes que están a suficiente distancia lograrán detenerlo sin ningún percance. Pasó junto a su ventanilla, miró de soslayo la propulsora y se acordó de Leblanc, "Este Leblanc" —pensó—, "se está volviendo un borrachuzo..."
—Una tarde que tenga libre tendré que hacer una visita a Leblanc para enseñarle a beber buen vino. Este muchacho —hablaba para sí en voz alta—, va a ser la vergüenza del gremio.
Se puso su gorra, recogió el silbato y su banderín. En dos o tres zancadas alcanzaría la cabeza de tren. Al poco de salir del despacho de jefatura de estación se quedó paralizado. El convoy proseguía su lenta marcha por la vía cortada pero en el espejo de la locomotora no se veía a nadie dentro. Leblanc iba a tener razón y sin embargo el tren había realizado sus paradas comerciales y obedecido todas las señales. Cuando alcanzó la locomotora abrió la puerta y encontró muerto a Gaston Meyer, su maquinista habitual. Los pasajeros declararon después al juez, que el tren había salido puntual de Antwerpen y que en seguida notaron una pequeña frenada, pero que luego volvió a arrancar y prosiguió la marcha con total normalidad. Todos coincidían en la hora, situaban el suceso en las ocho y once minutos. El juez validó el informe de los distintos forenses: el maquinista había muerto a las ocho en punto y no pudo haber salido nunca de Antwerpen a las ocho y diez.
—Le di la salida a las ocho y diez y me respondió “enterado” desde la locomotora —declaró de forma tajante el jefe de estación de Antwerpen en el juicio celebrado meses más tarde.

© Manel Aljama (julio 2009)

lunes, 6 de julio de 2009

Fiestas de verano


Paseaba cerca del bloque de viviendas conlindanete con la calle Marcial de Sabadell, en el barrio de Can Rull (masía del mismo nombre) y sonaba esta estrepitosa música:

(clip almacenado en goear que ha sido suprimido por la legislación)

Seguro que Conan (el barbero) hacía de las suyas con las cumbias, merengue y salsa...

Veníamos de un concierto de Gospel...

© Manel Aljama (julio 2009)
Publicado con anteriorirdad en Calaix de Sastre

miércoles, 1 de julio de 2009

Ahora voy por ti

fuente Internet manipulada electrónicamente Llevar una pala en el maletero de su viejo todoterreno había significado un golpe de suerte para Esteban. Era el final de un posgrado de esos de administración de empresas que se organizan en caserones de zonas boscosas relativamente cercanas a las grandes capitales y que sirve para que los ejecutivos séniors y júniors estén al día con todo lo que viene de los Estados Unidos. Aunque a Esteban le resultaba difícil admitir que las nuevas teorías especulativas de los “neocon”: comprar a bajo precio, vender al más alto; eran mucho mejores que el ya considerado caduco “taylorismo” por el cual un empleado de cualquier compañía debía ser capaz de adquirir cualquier producto que se fabricase. No hacía falta, según les enseñaban, esperar beneficios después de comprar acciones; había que vender inmediatamente los títulos. Como colofón al curso se escogió por unanimidad la guerrilla libre con bolas de pintura, pero en la modalidad individual; todos contra todos. A él, con cincuenta años y fumador, le preocupaba el ímpetu de los más jóvenes, pues además de estar en mejor forma, realizaban con frecuencia actividades paramilitares. A nadie de los presentes se le escapaba que los “ganadores” en la batalla serían los que ocuparían los mejores cargos y los mayores aumentos de sueldo. Tenía que mantener su posición con uñas y dientes. Con ademanes de animal espantado, sacó del maletero la zapa que llevaba por si el vehículo se atascaba en algún camino enfangado. No tenía ropa de camuflaje y su indumentaria se limitaba a los pantalones de fin de semana. Se internó en el bosque buscando la protección de la espesura y el follaje. Buscó la zona más clara y menos protegida para disponer una barrera defensiva. Fue capaz de preparar una hilera de agujeros, del tamaño aproximado de un zapato, que luego cubrió con hojarasca. Luego ató bramantes a la base de los árboles, a ras del suelo y un poco más adelantados de los hoyos. Tenía la esperanza de que quizá Tato, su mayor enemigo en la compañía, caería en la trampa. Quería darle una lección e incluso deshacerse de él definitivamente. Era autodefensa: “Igual un día contrata un sicario y me elimina”, pensaba. Ya empezaba a oscurecer cuando se encontró con un individuo muy parecido a Tato empuñando una pistola que parecía de verdad.
—¡Atrápame si tienes cojones! —Esteban le incitó para que le persiguiera.
El aludido le disparó. Por fortuna la bala dio en un árbol. Esteban arrancó a correr y detrás el del arma. Rebasó la línea defensiva aunque estuvo a punto de caer en su propio cepo. Su perseguidor cayó de rodillas. Lanzó un doloroso alarido. Esteban se volvió y sin mirar le descargó un golpe de pala en toda la cabeza.
—¡Aaaah! ¡Desgraciado! ¿Qué haces? ¡Que soy yo! ¡El jefe! —bramó doblándose.
Sin pararse a identificar al perseguidor ni la autenticidad del la pistola, le golpeó de nuevo con la pala, pero esta vez con todas sus fuerzas. No logró abatirlo del todo. Repitió otra vez con más rabia y odio. El enemigo aulló de dolor. Sin darle tiempo a reponerse le clavó el badil en el cuello como si fuese un cuchillo de los usados en la matanza del cerdo. Un cuarto golpe acabó por derribarlo definitivamente. Soltó por un momento la herramienta y arrastró el sangrante y aún convulso despojos hasta esconderlos detrás de unos matorrales. Todavía tenía trabajo pendiente, aún faltaba Tato.
—¡Menos mal que todavía tengo la pala! ¡Ahora voy por ti! Tengo que sobrevivir y sólo tengo una pala. —dijo en voz alta mientras abandonaba la espesura del bosque.

© Manel Aljama (agosto 2004, revisiones agosto 2008, junio 2009)